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lunes, 18 de mayo de 2009

LA INTEGRAL DE FUENTES CARRIONAS (CORDILLERA CANTÁBRICA)




8-10/JULIO/2007

A Carlos Castellana, que estará en alguna
de las montañas que tanto amaba


¿La Integral de Fuentes Carrionas?¿Dónde se han metido estos tipos?. La verdad es que
desde siempre nos ha gustado explorar las montañas de nuestra Península y hemos sentido
una especial atracción por los rincones montañosos más salvajes y solitarios, como esta
esquina del Noroeste de la provincia de Palencia. Empecemos, pues, con un poco de
geografía.
Las Montañas de Fuentes Carrionas
Las montañas de Fuentes Carrionas se sitúan en la vertiente meridional de la Cordillera
Cantábrica, enlazando al Oeste con las montañas de León y al Este con las de Burgos.
Mientras que por el Sur conectan con las llanuras de la meseta castellano-leonesa, su línea
de altas cumbres constituye la divisoria topográfica e hidrográfica, que en el límite con la
provincia de Santander, da paso a las vertientes septentrionales de la Cordillera Cantábrica,
con los Picos de Europa como imponente telón de fondo. Además, esta impresionante
orografía nos ha regalado a los montañeros algunos de los picos de mayor altitud de toda la
cordillera, entre los que se encuentran dos pequeñas joyas: El Curavacas, que con los 2.520
metros de su cima Este constituye el techo de la provincia de Palencia, y el elegante
Espigüete de 2.450 metros.
La Integral (o, mejor dicho, intento) de Fuentes Carrionas
El día ha amanecido despejado y fresco, muy fresco para las temperaturas a las que
estamos habituados en el tórrido mes de julio del sur. A las 8 de la mañana estamos dejando
la localidad de Vidrieros, punto de partida de la travesía, situada a 1.351 metros de altitud.
Los escasos 3°C que marcaba el termómetro del coche nos animan a caminar con alegría a
pesar de nuestras abultadas mochilas. La silueta del Curavacas por su cara sur se me
asemeja a un oscuro castillo, con sus tres cimas, numerosos gendarmes y abruptos
contrafuertes, como almenas defensivas que quisieran cerrarnos el paso. Nosotros vamos a
subir por la ruta normal de ascensión, la vía conocida como “Callejo Grande”, con
orientación sureste y que queda a nuestra derecha.
Comenzamos a caminar por una pista paralela al Arroyo Valdenievas, para en poco
tiempo, tomar otro carril a nuestra derecha que asciende parejo, esta vez, al cauce del
Arroyo de Cabriles. De momento, la ascensión es cómoda y vamos ganando altura sin
grandes esfuerzos. Desde que abandonamos Vidrieros se nos ha unido al grupo un joven
can que parece tener aspiraciones montañeras. Pronto abandonamos el carril, que cruza el
Cabriles y se aleja a nuestra derecha, y continuamos junto al arroyo por un sendero que en
algunos tramos se confunde con el propio cauce. Casi en su nacimiento cruzamos el
Cabriles y comenzamos a ascender por pendientes ya más severas hacia el “Callejo
Grande”, un amplio corredor situado entre el Espolón Central Derecho y la Cresta Sureste
del Curavacas. Pronto empiezan a aparecer las grandes terreras de cantos rodados tan
características de esta gran mole de conglomerado que es el Curavacas. Es hora de decirle a
nuestro amigo de cuatro patas que debe regresar a casa, aunque más que nuestros
razonamientos, son unas piedras lanzadas, eso si, con ternura, las que acaban
convenciéndolo. Aunque hay senda marcada, caminar por algunos tramos de las pedreras se
hace bastante tedioso. Aún así, disfrutamos de la perspectiva que vamos ganando con la
altura. El Embalse de Camporredondo y la localidad de Triollo, que empiezan a asomarse
tímidamente a nuestras espaldas, contrastan con los cada vez más cercanos bloques de
conglomerado casi negro que se levantan enfrente nuestra y por los que empiezan a colarse
blancos nubarrones.
Poco a poco vamos virando hacia la derecha y entrando en el “Callejo Grande”. El
aspecto del corredor es sombrío, espectacular, cerrado a ambos lados por escarpadas
paredes oscuras, granulosas y recubiertas de líquenes verdes que le dan una coloración muy
especial a esta tan particular roca. La inclinación va incrementándose. Nosotros subimos
por terrazas recubiertas de hierba, pegados a su lado derecho, bajo los escarpes de la arista
sureste. Aunque se trata de una ruta muy caminada, hay que mantener la atención, sobre
todo en el tramo final, donde tras pasar una estrecha portilla, cambiamos de vertiente para
tomar la cresta cimera por el nordeste. Hacemos los últimos pasos hasta la cumbre
envueltos en hileras de nubes que, arrastradas por el viento, dan al “Veterinario del Alto
Carrión”, como jocosamente apodaba al Curavacas una conocida revista de montaña, un
ambiente muy alpino. La pena es que estos mismos nubarrones no nos dejan disfrutar de la
panorámica de los Picos de Europa, amen de provocar algún que otro despiste, como el del
amigo Gelín, al que divisamos desde la cima en elegante, pero equivocada, escalada a un
escarpado gendarme y al que corregimos a costa de nuestras sufridas gargantas.
El tiempo se mantiene fresco, con un curioso contraste entre la vertiente septentrional,
donde las nubes parecen querer quedarse abrazando las empinadas pendientes, y la
meridional, donde el horizonte permanece totalmente despejado hacia la llanura castellana.

Disfrutamos de la cumbre, no en vano han sido casi 4 horas de ascensión y 1.200 metros de
desnivel cargados con pesadas mochilas, y, después de reponer fuerzas y fotografiar todo lo
fotografiable, emprendemos de nuevo ruta en dirección Oeste. Buscamos la “Cresta de la
Curruquilla”, aunque decidimos evitar las cumbres principal y occidental del Curavacas que
bordeamos por unas viras muy aéreas y espectaculares. Afortunadamente, todo este
laberíntico camino está perfectamente balizado con hitos de piedra (magnífico, por cierto,
trabajo de los montañeros palentinos). Así nos plantamos en el Collado de la Curruquilla
(2.290 m) y desde allí decidimos dejarnos de mariconadas y continuar por toda la línea de
cumbres. El Pico de las Curruquillas (2.414 m) y el Postil de Soña (2.217 m) se suceden en
un continúo subir y bajar por un terreno duro, casi lunar, que va minando poco a poco
nuestras fuerzas. En un pequeño collado nos detenemos a reponer “gasolina”. Bajo nuestros
pies, en la vertiente norte, se asoma el Pozo del Vés, otra de las lagunas glaciares de la
zona, y enfrente las duras rampas del Pico de la Hoya Continúa (2.392 m) nos anuncian una
sufrida sobremesa. Se trata de apenas 200 metros de desnivel, pero el cansancio acumulado,
como si de un alucinógeno se tratara, lo desfigura, deforma, dándole un aspecto
sobrecogedor. De hecho, estudiamos la posibilidad de escaquearnos y circundar la cumbre
por la derecha, pero la realidad es terca y no nos queda otra que siguiendo los hitos de
piedras, hacer cima. Dejamos atrás el cruce con el Cordal del Tejo que viene desde las
Canchas de Ojeda (2.193 m) al Suroeste, y continuamos en dirección norte y descenso
continuado hasta el Collado del Vés (2.060 m). La litología empieza a volverse caprichosa
y el lóbrego conglomerado va dejando paso a bandas de caliza y, posteriormente, pizarras.
Peña Prieta queda aún muy lejana y las horas empiezan a acumularse en las piernas, por
lo que una vez en el collado, tomamos unánimemente la decisión de abandonar la integral y
manteniendo la altura, bordear la línea de cumbres por la izquierda (oeste) en busca de
algún buen lugar para vivaquear. El terreno no es sencillo, vamos a media ladera por
vereas, por llamarlas de alguna forma, hechas por el ganado y los resbalones son
frecuentes. Un grupo de rebecos corre delante nuestra como queriéndonos demostrar lo
torpes que somos en estos terrenos. Finalmente, cuando la marcha se va haciendo cada vez
más agónica, damos con un sendero balizado con hitos de piedra, que en descenso nos
conduce a la imponente Laguna del Pozo de las Lomas, justo bajo las Agujas de Cardaño.
El sitio es para nosotros después de 11 horas de duro caminar, un auténtico oasis de una
belleza sobrecogedora. Además, la geología nos depara otra sorpresa, pues la roca que
ahora asoma es granito. En una pequeña pradera en su misma orilla, montamos el
campamento y después de una buena cena, nos metemos rápidamente en los sacos, ya que
el frío empieza a arreciar.
La Arista Este del Espigüete
Amanecemos tempranito y tras cortas deliberaciones decidimos abandonar
definitivamente la Integral de Fuentes Carrionas. Por buena senda bajamos hacia Cardaño
de Arriba y desde allí continuamos por la carretera hasta el Parking de Pino Llano (1.340
m) bajo la elegante arista Este del Espigüete. Enseguida nos asalta la duda de por dónde
subir: entrar por el Arroyo Mazobres en la vertiente Norte, o intentar la bonita cresta que se
levanta ante nuestros ojos. Finalmente, aconsejados por un ciclista, buen conocedor del
terruño, nos decidimos por la crestería Este-Oeste, “la mejor ascensión al Espigüete en esta
época del año”, según sus propias palabras.
Salimos por la senda del Mazobres y enseguida tomamos un desvío a la izquierda muy
bien señalizado con hitos de piedras. De este modo entramos de lleno en la arista y
comenzamos esta vertiginosa ascensión. Resulta fácil orientarse, basta con seguir la cresta
y, aún así, numerosos hitos de piedras te marcan el camino más sencillo. A medida que
ganamos altura, el terreno empieza a afilarse y un amplio panorama se abre a nuestras
espaldas, con el Embalse de Camporredondo al Sureste y un lejano Curavacas, de donde
venimos, que despunta por el Noreste. En un amplio hombro, superado el “Primer
Gendarme”, aprovechamos para hacer un alto y comer un poco. La Cima Este del Espigüete
ya asoma altiva y aún lejana. La parte que nos queda resulta aún más divertida y vibrante.
Espectaculares llambrias de una caliza de excelente adherencia, pequeños gendarmes que
nos exigen cortas trepadas y destrepes, afilados tramos de arista en los que caminas con un
pie en la vertiente Norte y el otro en la Sur, y al fondo, las dos cimas de esta esbelta
montaña que parecen querer hacerse de rogar. Se trata, en resumen, de un terreno
técnicamente sencillo (la vía está catalogada como P.D.), con muy buena roca, pero aéreo,
de los que provocan en el montañero sensaciones entrañables. Poco a poco, con los Picos
de Europa envueltos en densos nubarrones asomando al Noroeste, nos vamos acercando a
la Cima Este (2.444 metros). Desde allí, bajamos a un pequeño collado donde dejamos las
mochilas, y en pocos minutos estamos en la Cumbre Oeste y principal (2.451 metros) de
esta bellísima montaña palentina, que nos ofrece, además, el privilegio de disfrutarla en
soledad. Han sido 4 horas y media de continúa ascensión, pero tanto la vía, como el paisaje
y la cima, han compensado con creces el esfuerzo realizado.
Pero no hay mucho tiempo para recrearse en florituras, que aún nos queda un largo
descenso hasta Cardaño de Abajo. Hemos decidido bajar por la “Vía de la Pedrera” que,
partiendo del collado que separa ambas cimas, recorre la gran pedrera del centro de la cara
Sur. Incomodísimo, no se me ocurre otro adjetivo para calificar este endemoniado descenso
por terreno muy inestable, que provoca más de un resbalón e, incluso, culazo. Una vez
fuera del corredor, una hora adicional de pisteo y estamos en Cardaño de Abajo, donde
corremos a refugiarnos en el primer y único bar de esta minúscula aldea de montaña. Han
sido finalmente 10 largas horas de marcha y la birra nos sabe a auténtica ambrosia, pero
aunque la tentación es grande, no es aún tiempo para relajarnos completamente ya que
tenemos el coche en Vidrieros, distante unos 18 kilómetros por carretera y por aquí el
tráfico es bastante escaso a partir de ciertas horas, con lo que el tema del socorrido autostop
se complica considerablemente. Continuamos ya por la carretera hacia Puente Agudín,
situado a un kilómetro de distancia, en el cruce con la carretera de Cardaño de Arriba,
donde, además, hay un bar. Creemos que es, pues, el sitio ideal para intentar que nos recoja
algún buen samaritano sin por ello renunciar a los placeres de la cerveza. Pronto
descubrimos que el bareto está chapadísimo, lógico por otra parte, dada la escasez patente
de parroquianos. Pero la diosa fortuna viene en nuestro auxilio y uno de los poquísimos
coches que circulan a estas ya tardías horas se detiene ante los gestos implorantes del Gelín
(y a pesar de su pinta, que dos días en el monte hacen lo suyo) y se lo llevan hacia
Vidrieros. Mientras, nosotros aprovechamos para refrescar, y nunca mejor dicho, los
pinreles en las frías aguas del Arroyo de las Lomas, estirar los doloridos músculos, tirarnos
en el verde prado y fantasear con el festín que tendrá lugar en este mismo sitio el próximo
fin de semana con una gran chorizada y concurso de tortillas como platos fuertes que nos
hacen babear como el perro de Paulov.
El Descanso del Guerrero
Gelín no tarda mucho en aparecer y, ya motorizados, continuamos hacia Vidrieros. El
hambre empieza a cosquillear en nuestros desnutridos estómagos y nos deleitamos soñando
con todo tipo de buenas viandas bien regadas de tintorro. En eso estamos cuando tras una
cerrada curva aparece ante nosotros la sugerente silueta, cual grácil sirena, de un
restaurante. Frenazo al canto y, como abducidos, entramos en busca del anhelado banquete.
Devoramos unos buenos menús, dando cuenta del correspondiente ½ litro de vino per
cápita que Gelu nos explica que corresponde por comensal, y, tras los postres, probamos el
famoso orujo de esta tierra. Casi rozando la exaltación de la amistad dejamos el “Hotel-
Restaurante Miralba” (Alba de los Cardaños), que así se llamaba el lugar, y entre grandes
abrazos nos despedimos del propietario, sus perros y sus escasos clientes, una familia que
conocimos esta misma mañana, por cierto, al pie del Espigüete.
Entonando, o al menos intentándolo, alguna que otra coplilla de las que suenan en el
radio-casette (bueno, mp3, que tecnológicamente hablando estamos a la última), llegamos
al Refugio de Pescadores de Vidrieros, nuestro acogedor hogar por esta noche. Preparamos
nuestros sacos y pronto, sin casi darnos cuenta, caemos en un profundo y reparador sueño.
Nos resulta difícil dejar los sacos, pero poco a poco vamos desperezándonos. Los
músculos, ahora en frío, se sienten más doloridos que anoche cuando estaban algo
anestesiados por el orujo, y nos hacen ser conscientes del esfuerzo realizado en los dos días
de travesía. Tomamos un buen desayuno, que hay que reponer energía, y nos vamos
dispersando a lo largo de la orilla del río para pegarnos un baño y así intentar
desprendernos de parte de la mugre acumulada tras las dos jornadas de monte. El día ha
amanecido espléndido y los rayos de sol empiezan a caldear el ambiente. Todo empuja al
baño, salvo...el agua, que baja fría de cojones. Pero como este mundo no es para cobardes,
y, además, olemos como hurones, no nos queda otra y entre fuertes alaridos nos
zambullimos en las gélidas aguas del Carrión de las que salimos con las pelotas del triste
tamaño de unas canicas.
El Roblón de Estalaya
Bien maqueados, nos despedimos de estas bonitas montañas y salimos hacia Cervera
del Pisuerga, donde tenemos que reponer varios víveres de primera necesidad, llámense pan
y vino. Mientras Gelu busca con poco éxito unas mallas que sustituyan las que ha traído,
algo estropeadas, por decirlo suavemente, por los vetustos comercios de la calle principal
de Cervera, nosotros compramos el pan y paseamos placidamente bajo los soportales. Para
comprar el vino nos acercamos al “Bar Cascarita”, una bodega bastante cutre, pero de lo
más típico, donde venden de casi todo, dan de comer y, por supuesto, sirven vino y cerveza.
Y como dijo aquél que no podemos pasar por donde lo venden, pues caen unas cervecitas
acompañadas de un rico plato de bonito en escabeche, mientras entramos en animada charla
con un ex legionario buen conocedor de la flora de estas montañas y que no se resiste a
darnos con su cascada, aguardentosa voz de cabo chusquero algún que otro consejo por si
nos sorprende la niebla en las alturas, “cuerpo a tierra y no moverse, que de valientes están
los cementerios llenos”.
Con unas latas de chicharros en escabeche, el pan y el vino, continuamos ruta hacia el
Puerto de Piedrasluengas. Por el camino, sobrepasado Vañes, nos desviamos a visitar el
Roblón de Estalaya, quizás el abuelo de la montaña palentina. Se trata de un roble albar
(Quercus petraea Liebl.) al que le estiman, y esto por si solo justifica la visita, más de un
milenio de edad. El paseo es corto, apenas poco más de un kilómetro y 100 metros de
desnivel, pero recorre un bonito bosque mixto de roble y haya que con su sombra nos
protege del fuerte calor que aprieta a estas horas del mediodía. Tras un corto repecho, el
roblón se alza imponente ante nosotros y no podemos mas que sobrecogernos ante su
grandeza, sus más de mil años de historia en los que ni rayos, ni truenos, ni centellas, ni
siquiera el hacha del hombre ha podido con él.
Y seguimos camino hacia Picos de Europa, pero esa es otra historia.

José Salazar Villegas
Club Almeriense de Montañismo

2 comentarios:

  1. Excelente reseña de mis tierras que tanto hecho de menos.....
    Una cosa, por favor , la Cascarita no es cutre,o al menos si os llevasteis esa percepción, es que no os fijasteis demasiado. Es un bar que mantiene la esencia, que sabe guardar el estilo de las tabernas de aquellos años. Estoy seguro de que os atenderían bien y el queso picón que venden está increible, y de postre una mistela.

    Saludos

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