LA TRAVESIA DE LOS “DOSMILES” DEL RIO GOR: UN “PATEO” CON
SABOR CLÁSICO
27, 28/OCTUBRE/2012
“Todo lo que pido es el cielo sobre mi cabeza y el camino
bajo mis pies”
Robert Louis Stevenson
Introducción:
La Sierra de Baza, a pesar de su cercanía, continúa, tal vez eclipsada por su vecindad con Sierra Nevada, siendo una gran desconocida para el montañismo almeriense. Una sierra con un núcleo de áspera morfología kárstica, dominada en las alturas por agrestes calares desde los que se divisan estrechos y profundos valles y barrancos que resaltan como verdes cicatrices entre el gris cenizo de la caliza. Encontraremos llamativas formaciones como torcas, campos de dolinas y lapiaces e importantes vestigios de una antigua actividad minera que horadó estos parajes en busca fundamentalmente de galena (sulfuro de plomo) y fluorita. También valiosos pinares autóctonos como los de los calares de la Rapa y San Sebastián, Santa Bárbara, Boleta, Prados del Rey y la Fonfría donde dominan imponentes ejemplares de pinos salgareños (Pinus nigra subsp. salzmannii) y albares (Pinus sylvestris subsp. nevadensis), destacando entre todos ellos, un venerable “abuelo”, el centenario “Pino de la Señora”. El inicio del otoño nos sorprenderá con los desgarradores mugidos de los ciervos en la berrea, siendo muy habitual compartir ruta con estos grandes ungulados, mientras las alturas y los roquedos son los dominios de las cabras montesas que con su agilidad dejarán en ridículo nuestras habilidades montañeras. Terrenos solitarios, duros, en los que los montañeros podemos disfrutar de ese placer tan elemental como es sentir el fresco aire serrano curtiéndonos la piel y el alma mientras acariciamos con nuestras alpargatas la piel de la Diosa Gaia.
La crónica:
Hay recorridos que sin duda conservan el sabor del montañismo clásico, cuando el coche de un compañero, atestado de gente y macutos, un autobús o, incluso, un tren de esos que ya casi han desparecido, nos acercaban a un pequeño pueblo desde el que nos separaba una ardua “pinrelada” de las ansiadas cumbres que veníamos buscando. Siempre resulta agradable recordar estos viejos tiempos, acostumbrados como estamos hoy en día a subir el coche hasta casi el cielo. Esta vez, los cuatro integrantes de esta pequeña aventura nos apretamos en el coche de Víctor y en una mañana desapacible de otoño que, por cierto, nada bueno auguraba en término meteorológicos, salimos hacia la pequeña pedanía de Las Juntas (1.490 m), punto de partida de la travesía.
Las Juntas nos recibe con el cielo cubierto por un espeso manto de nubes que impide la visibilidad a partir de los 1.700-1.800 metros de altitud. Sin embargo, el suave viento que sopla de poniente nos hace ser optimistas, a lo que contribuye “El Gillo”, un lugareño ya veterano, que se nos une en el inicio de la ruta, y que como buen conocedor de estos terrenos nos indica que no nos mojaremos. Casi profetizando, como más adelante veremos, también nos avisa de los peligros de la niebla en el Calar de la Rapa. Con las mochilas a la espalda comenzamos la remontada del valle del Gor, mientras nuestro amigo “El Gillo” nos ameniza durante este primer tramo con historias de estos lugares y de aquellos tiempos en los que el hambre azuzaba de tal manera que hasta las grajas eran un buen bocado que llevarse a la boca. Pronto nos despedimos de “El Gillo” que tira hacia el Barranco del Zambrón en su búsqueda de setas, mientras nosotros continuamos por el Río Gor.
La temperatura, el ambiente, la luz que filtran las
pesadas nubes y que destacan los verdes y los ocres que aún rivalizan en la
vegetación de ribera en estos comienzos del otoño, animan nuestra marcha.
Empiezan a aparecer manchas de pinos y, fantasmagóricas, envueltas entre
jirones de niebla, “Los Frailes”, una serie de gendarmes o pequeñas agujas que
decoran la ladera norte del Calar de los Frailes a la altura de un pequeño
dique. Estamos ya muy cerca de las ruinas del Molino de los Pulidos que
aparecen tras atravesar un tupido bosque de ribera de álamos negros (Populus nigra). Es un buen lugar para
hacer un pequeño descanso y, después de dar un buen tiento al poderoso vino que
lleva Kiko en la bota, recuperar algo de la energía consumida ya que a partir
de ahora nos aguardan los primeros desniveles serios del día.
La subida al Calar de la Rapa (2.239 m) se hace por la
vertiente izquierda del Barranco de San Sebastián, aunque nosotros con la
intención de suavizar el ascenso decidimos seguir un camino casi perdido que
nos deja en una primera pista forestal. Seguimos esta pista hacia la derecha
buscando el mencionado barranco, pero sin darnos cuenta nos lo saltamos o nos vamos
monte a través antes de tiempo y empezamos a acumular errores al tiempo que nos
vamos metiendo de lleno en una densa niebla. Una combinación casi tan mala o
terrorífica como la del Licor 43 con vodka. Alcanzamos una segunda pista
forestal y continuamos avanzando por ella hacia la derecha, alejándonos cada
vez más del Barranco de San Sebastián. Finalmente, algo cansados de tanta pista,
la abandonamos e iniciamos el ascenso directamente por las empinadas laderas de
este calar. Paso a paso ganamos altura y después de atravesar un denso pinar llegamos
a pie de una amplia pedrera cerrada por una imponente tapia. Superamos la
pedrera en travesía hacia la derecha hasta un corto escalón rocoso que nos deja
en el espolón oeste del Calar de la Rapa. E inmersos en la niebla seguimos
acumulando errores.
Muy cerca de la amplia meseta en la que culmina este calar
volvemos a desviarnos a la derecha por la cabecera de un amplio barranco. Sin
darnos cuenta estamos circunvalando el Calar de la Rapa y para hacer realidad
la advertencia que nos hizo nuestro amigo “El Gillo”, iniciamos el descenso por
la vertiente opuesta a la que debíamos seguir. Como guía estoy quedando
bastante mal. Estamos perdidos. No hay otra que echar mano al plano y el GPS
del amigo Kiko. Es lo bueno de tener compañeros precavidos. Con frío, pero
afortunadamente sin lluvia, logramos marcar las coordenadas UTM del Calar de
San Sebastián en el GPS y dejar que sean ahora los satélites los que nos guíen
y sitúen de nuevo en la ruta. Resulta curioso las pocas referencias geográficas
que ofrecen estas altiplanicies pedregosas que son los calares, salvo quizás solitarios
pinos “bandera” con sus caprichosas formas modeladas por el viento y las
ventiscas, resultando fácil despistarse en condiciones de baja visibilidad.
El conocido perfil del Calar de San Sebastián (2.165 m), donde
hice noche en una pasada travesía por estos parajes, me confirma que estamos de
nuevo en la ruta. Nos queda continuar el cordal en dirección Norte y una severa
bajada hasta el Puerto de los Tejos (1.873 m) en la que nos sorprenden los
abundantes arces (Acer granatense)
que resaltan en medio del pinar con el amarillo intenso de su follaje otoñal.
Una vez en la pista forestal que atraviesa el puerto decidimos hacer una parada
para recuperar fuerzas y, como no, reconfortarnos cuerpo y alma con un generoso
trago de la bota.
Parece que la niebla quiere levantar lo que nos anima a
continuar con el plan previsto que no es otro que remontar hacia el Norte la
Loma del Gato hasta el Calar de Casa Heredia (2.167 m). Es una subida que,
aunque ni el desnivel (no llega a los 300 m), ni la pendiente son excesivos, se
“pega” a las piernas después del empinado descenso que acabamos de hacer. Empiezan
a aparecer las cicatrices que la actividad minera ha dejado en estos parajes
con algunos pozos de mina que parecen conducir al mismísimo averno.
Desde la
cumbre, la Hoya de Baza aparece iluminada en un extraño contraste de luces y sombras, mientras un poco por encima
nuestra, el manto nuboso envuelve
completamente al Calar de Santa Bárbara. Empezamos a descender por la cuerda
hacia el Oeste hasta encontrar una vieja vía de servicio de las Minas de la
Cruz que nos deja en el Puerto de las Palomas (2.037 m). Tras una breve parada
para reponer agua, seguimos por la pista forestal hacia los Prados del Rey. La
niebla, el verdor de los prados, los majestuosos pinos albares nos transportan
mentalmente a las “High Lands” escocesas. Pensamos hacer noche protegidos en el
porche de la Caseta del Pozo de la Nieve, pero para nuestra sorpresa la
encontramos abierta. Es una buena noticia, ya que aunque no pega mucho la
“rasca”, la humedad cala los huesos. Desafortunadamente, el refugio ya sufre
las consecuencias de estar abierto y ser accesible con coche, como las típicas
pintadas, suciedad y destrozos varios que no voy a enumerar. Aun así
encontramos en el piso superior una habitación y varios colchones en bastante
buen estado que nos permiten dormir como lirones, a pesar de que mientras voy
cayendo en las garras de Morfeo, los múltiples ruidos y crujidos provocados por
el viento y la lluvia, me lleven en algún momento a pensar que alguno de los fantasmas
de Elorrieta se haya trasladado a estos parajes en busca de un clima más
benigno.
La mañana amanece despejada y fría. Buena noticia, ya que
durante la cena nos habíamos planteado el abandono si el tiempo seguía malo.
Además podremos disfrutar del paisaje ya que la visibilidad durante la jornada
anterior estuvo muy limitada. Después del desayuno volvemos a remontar la pista
hasta el Puerto de las Palomas para cargar agua.
Atravesando un imponente pinar
ascendemos al Calar de Tejoletos (2.228 m) desde donde continuamos por la
cuerda en dirección Oeste hacia el Collado Resinero (1.966 m). La claridad del
día nos regala unas panorámicas impagables de todo el recorrido de ayer, el
Altiplano Granaíno con el Jabalcón como un hito solitario sobre el Pantano del
Negartín, las sierras jienenses y una Sierra Nevada ya blanqueada en los
“tresmiles”. Lastima que mi cámara de fotos se haya quedado sin pilas.
El Collado Resinero exige una parada y otro buen tiento a
la bota para recargar pilas. Un desnivel de 189 metros nos separa del Picón de
Gor (2.155 m), una imponente atalaya sobre la Hoya de Baza y desde donde
divisamos el impresionante cañón labrado por el río Gor en Gorafe, una zona, por cierto, que concentra más de
200 dólmenes neolíticos.
Un descenso por la ladera Sur del Picón de Gor nos
deja en el collado del Poyo de los Jiménez (1.983 m). Unos ciervos nos observan
cautelosamente desde la lejanía mientras seguimos la cuerda en dirección Sur
hacia el Calar de las Grajas (2.081 m), cuya cumbre es en realidad una
depresión de paredes escarpadas, una pequeña torca que parece una miniatura del
famoso Torcal de Antequera. Otra corta bajada hasta los 2.025 metros y, siempre
en dirección Sur, volvemos a ganar altura para hacer la última cumbre del día y
de esta travesía, el Calar de las Torcas (2.081 m). Un merecido trago de vino y
tras asomarnos a los vertiginosos escarpes que dan vista al valle del Gor por
donde iniciábamos esta ruta ayer por la mañana, buscamos la mejor zona para
afrontar el fuerte descenso hasta la localidad de Las Juntas. Afortunadamente,
el terreno mullido por la lluvia nos facilita la bajada, con mucho la más dura
y empinada de todo el recorrido.
Una vez hemos llegado de vuelta al coche y tras comprobar
que las rodillas siguen intactas y en su sitio, nos felicitamos de estas dos
jornadas vagando por los Calares del río Gor. Es ahora cuando uno comparte en
su más hondo significado aquellas palabras del escritor escoces Robert Louis
Stevenson con las que empecé este escrito. Solamente nos queda el viaje de
vuelta, eso sí, previa parada en algún “bareto” para refrescar nuestros resecos
y sufridos gaznates.
La ruta:
Esta no es una ruta extrema. Nada más alejado de la
realidad. Sin embargo si se debe considerar una travesía exigente que recorre
en su mayor parte un territorio áspero como es el de los calares y que aunque no
afronte grandes desniveles de una sola tacada, sí que va acumulándolos en un
continúo sube y baja en lo podría definirse con el expresivo apelativo de
terreno “rompepiernas”.
La primera jornada es la más dura, aunque también la que
recorre paisajes más variados. Así, comienza remontando la cabecera del río Gor
con su vegetación de ribera para encaramarse al Calar de la Rapa (2.239 m), la
mayor altitud de la travesía. Es en esta parte del recorrido, como resulta
lógico, donde se acumula el mayor desnivel del día (749 metros). Entramos en el
reino de los calares, cumbres redondeadas, casi altiplanicies en casos como el
de la Rapa, de terreno pedregoso densamente tapizado de sabina rastrera (Juniperus sabina) y donde prácticamente
las únicas referencias geográficas son los “pinos bandera”. Ojo, por tanto, a
la niebla y la baja visibilidad. El recorrido continúa por la cuerda, primero
en dirección este y después norte hacia el Calar de San Sebastián (2.165 m).
Dura bajada al Puerto de los Tejos (1.873 m), donde se puede encontrar agua
(ojo, si este punto de agua estuviera seco, hay que descender por la pista en
dirección sureste hasta el Cortijo de las Cuevas del Herrero) y se vuelve a
remontar la cuerda en dirección norte hacia el Calar de Casa Heredia (2.166 m).
Desde allí tomamos la cuerda en sentido noroeste hasta el Puerto de las Palomas
(2.037 m). Siguiendo ahora la pista forestal en dirección norte encontramos un
tornajo para el ganado donde podemos recargar las cantimploras. Estamos en los
Prados del Rey, unos prados de alta montaña rodeados del bosque relicto
eurosiberiano de pino silvestre o albar (Pinus
sylvestris subesp. Nevadensis) más al sur de Europa. Continuando por esta
pista y desviándonos a la izquierda en el segundo cruce que encontremos, llegamos
a la Caseta del Pozo de la Nieve, un refugio situado justo en la umbría del
Calar de la Boleta donde pasar la noche a cubierto, siempre con el permiso de
los vándalos. Aquí también podemos visitar el pozo de la nieve que da nombre al
paraje y que ya citaba el Marqués de la Ensenada en su catastro del año 1.753.
En la Caseta del Pozo de la Nieve concluimos el primer día
de la travesía. Resumiendo, un total de 9 horas con un recorrido de algo más de
20 kilómetros y 1.400 metros de desnivel acumulado. Ojo, habría que descontar
de este cómputo los 3 a 4 kilómetros y la hora y media a 2 horas
correspondientes que nos supuso nuestro despiste en el Calar de la Rapa.
La segunda jornada se inicia con la ascensión al Calar de
Tejoletos (2.228 m) por su vertiente norte. Una vez ganada la cuerda,
continuamos en sentido oeste, descendiendo al Collado Resinero (1.966 m) desde
donde volvemos a remontar hacia el Picón de Gor (2.155 m) por su vertiente
oeste. El Picón de Gor se baja por su cara sur hacia el Collado de Poyo Jiménez
(1.983 m), continuando el cordal en esta misma dirección (sur) hasta los
calares de las Grajas (2.081 m) y, finalmente, de las Torcas (2.078 m). Desde
el Calar de las Torcas hay que comenzar el descenso en dirección suroeste
asomándonos a los tajos para buscar la bajada más factible a Las Juntas. Ésta
se hace por una ladera de gran pendiente y terreno pedregoso que requiere
intuición montañera y rodillas poderosas.
En esta segunda jornada echamos un total de 6 horas para
un recorrido de aproximadamente 12 kilómetros con 700 metros de desnivel
acumulado.
Croquis de la travesía de los dos miles del rio Gor. En azul el tramo que andamos perdidos en la niebla.
Para aquellos que estéis interesados en obtener más
información de esta sierra os dejo este interesante enlace con la web de
“Proyecto Sierra de Baza”: http://www.sierradebaza.org/
Grupo de avezados
montañistas: Elena Campoy, Kiko Ruiz, Víctor, José Salazar
TEXTO Y FOTOS: José
Salazar Villegas
Acojonante relato, señor Salazar. Una envidiable ruta por esa bella sierra.
ResponderEliminarSe le echó de menos, amigo Emilio!!!
ResponderEliminarmagnífico trabajo el del amigo Salazar!!! por cierto, ya estamos gestando la próxima, que será por la salvaje sierra de Castril....
ResponderEliminarPor cierto, hay también varias "afotos" del amigo Kiko, que mi cámara se quedo sin baterias parte de la última jornada. Castril en enero...Suena mú bien.
ResponderEliminarSalut,